Opus 2. Rompecabezas figurativos
Ya en esbozo en el opus 2.1., anterior a la aparición de los caleidoscopios, el desarrollo de los siguientes opus de rompecabezas figurativos se contrapone al largo período metafísico abstracto de los caleidoscopios, volviendo la mirada hacia lo que nos rodea en la vida cotidiana, las relaciones humanas, mis vivencias concretas.
Partiendo de una figuración libre en la que, por un juego de transparencias, la « realidad » de los objetos representados se vuelve ambigua, esta tendencia se concretizó al estallar la figura aplicándole la estructura del rompecabezas. Si lo visible se fracciona en sus elementos componentes, las diferencias que nos parecían evidentes se vuelven sólo matices, ritmos, vibraciones. Al volver a ligar esas piezas para recomponer la figura, nos damos cuenta de que lo que veíamos como materia sólida y particular, puede considerarse simplemente como otra manifestación de lo immaterial (pensamientos, sueños, emociones): todo forma parte de una misma energía.
Entre los temas tratados en esta serie, los “tangos” ocupan un lugar preponderante, ya que encarnan la asimilación de una doble historia durante mucho tiempo ignorada. Encarnan la reconstrucción de los puentes que se cortaron en el pasado. Si la emoción que dominaba en los primeros cuadros de esta serie era la nostalgia de lo que no es más –y, sobre todo, que no puede ser más─, el acto reiterado de pintar este sujeto fue transformando la nostalgia en paz ─la paz que nace de la aceptación─ y alegría ─la alegría del rencuentro─. Desde los primeros tangos casi abstractos, en los que las figuras eran una representación poética de un recuerdo, hasta los últimos en que la figuración se fue acentuando para estudiar el movimiento primero y luego, los diferentes matices en la relación entre un hombre y una mujer, estos cuadros cantan al ritmo del bandoneón. Me da la impresión de que la realidad quebrada de toda mi obra tiende a fundirse nuevamente con los tangos, como si las hojas dispersas de mi vida pudieran juntarse de nuevo, como si en mi espíritu pasado y presente, Buenos Aires y París, lograsen al fin imbricarse para constituir una sola historia.